A veces me he preguntado cómo sería
conocerte. Saber quién eres, que cosas haces y que cosas te gustan. Conocer
sobre ti, tu historia, tu vida.
Intento no hacerme ideas ni ilusiones. Pero
mi mente tiene una imaginación que a veces se escapa de mi control. Quizás
nunca la tengo en control.
He imaginado tardes contigo. He imaginado
tus historias, que escucho mientras te miro a los ojos. He imaginado los
escenarios que me llevan a ese futuro que no me atrevo a buscar.
Y en mi corazón esperanzado, cada uno de
tus gestos esconde una intención que no existe.
Una mirada, una sonrisa, un saludo. Un
encuentro casual, palabras sin segundas intenciones. ¿Tendremos sentimientos
mutuos?
Y como cartas, cada uno de esos gestos se acumulan
en la mesa. Y mi imaginación comienza a trabajar.
¿Y si te digo que me gustas? ¿Si me atrevo
y me acerco a ti? Una confesión sin sentido. Una revelación de emociones en un
intento de lograr tu atención. ¿Y si también tienes un interés en mí? Quizás
esas miradas no son casuales. Quizás tus sonrisas ocultan algo. Puede que yo…
Una a una las cartas sobre la mesa se
juntan. En mi mente construyo un castillo con ellas. Con murallas altas, torres
y almenas. Un castillo con tu nombre.
Pero es una estructura frágil. Un gesto,
una palabra, una imagen. Una mano temblorosa y el castillo se derrumba. Olvido
por un momento que tu mundo y el mío son diferentes. Que nuestros caminos nunca
se cruzan. Que otra persona escucha tus historias mientras te mira a los ojos.
La realidad cae pesada cobre los hombros de
los soñadores. El castillo se derrumba en una pila de cartas sin sentido. Y mi
vida vuelve a su rumbo. Aquel que nunca se junta al tuyo.
Cuando creo aceptarlo, vuelves a mirarme y
sonreír. Una vez más te acercas sin motivo.
Y las cartas nuevamente se juntan sobre la
mesa.
¿Cuántos castillos más armaré?
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